El que es altruista con sus parientes los identifica como parientes y los clasifica en grados. Hay un impulso construido en su interior que le hace cuidar de ellos según el orden en grados de cercanía, pues llevan un porcentaje variable de sus genes individuales. Mientras mayor sea el porcentaje, mayor es la atención y viceversa. Para esto necesita tener la capacidad de identificarlos por sus rostros. Por eso cuida de su hijo más que del hijo de su hermano, de su hermano más que del hijo de su tío, y así sucesivamente. Por lo tanto, la cuestión no está relacionada con la cercanía espacial. Así que la cercanía de extraños a nosotros no hace que el instinto del altruismo con los parientes falle en su objetivo pasando a extraños por su cercanía al establecerse en las primeras aldeas agrícolas, por ejemplo.

Sí, se puede imaginar que ocurra una mutación en algunos casos que permita esta característica, es decir, el altruismo con los parientes dirigida también a extraños. Pero una mutación así al principio estaría condenada a desaparecer tarde o temprano; porque un acervo genético así es incapaz de competir con los acervos genéticos que compiten en la naturaleza con la característica de un altruismo solamente con los parientes, pues los que sean altruistas con sus parientes tendrán mayor éxito en la trasmisión de sus genes, y como la competencia entre miembros de una misma especie es más feroz tarde o temprano, el grupo que contenga el gen mutante saldrá de la carrera y no quedará más que el altruismo con los parientes.


Del libro La ilusión del ateísmo del Imam Ahmed Alhasan (a)