
El que es altruista recíproco lleva la característica del “dame y te doy” como característica construida por los genes. No puede convertirse en un “te doy gratis” sin importar las fallas que ocurran en la implementación de la ley como resultado de un engaño o algo parecido; porque es una cuestión biológica. Pero si decimos que no es biológica entonces, para empezar, no tiene sentido investigar el altruismo recíproco como caso genético darwiniano.
Además: la selección natural, cuando hay un tramposo que toma y no da, conducirá por lo general a la extinción del incauto que vuelve a dar, aunque el tramposo se exponga. La cuestión de la extinción del incauto en presencia del tramposo es un asunto cerrado, aunque los incautos sean mayoría, pues el resultado será su extinción en presencia del tramposo que se aprovechará de ellos hasta el final.
Es natural que el tramposo no entre inicialmente en el ámbito del altruismo; porque inicialmente toma y no da, así que sobrevive el rencoroso, que es el que obra de la misma manera por el principio de “rasca mi espalda para que luego yo rasque la tuya, pero recordaré tu rostro y si me engañas no rascaré tu espalda otra vez”. Este modelo de altruismo recíproco es el que prevalece en la naturaleza. Es un resultado de la evolución que debe tomarse en cuenta en la cuestión del altruismo recíproco.
En realidad, no se puede imaginar cómo perdería su objetivo esta característica altruista recíproca y se convierta en una característica de altruismo verdadero. Pues el murciélago vampiro, por ejemplo, si regurgita su sobrante de alimento a su vecino hambriento es porque espera de su vecino una buena respuesta. Si el vecino no responde bien nuestro murciélago víctima rencorosa no será engañado otra vez; porque es rencoroso, recuerda los rostros y no dará dos veces al tramposo. El hecho de dar al tramposo una vez no significa que la ley haya perdido su objetivo; porque la ley construida por los genes le dice “toma la iniciativa y da de comer al murciélago hambriento que busca sangre, pero recuerda su rostro y si no responde bien no le des otra vez. Si responde bien continúa con él en la práctica altruista recíproca cada vez que uno de vosotros dos caiga en apuros una noche en la que no se encuentre animal de donde chupar sangre”.
Aunque digamos: que ha ocurrido una falla en la implementación de la ley genética y que el rencoroso ha repetido su altruismo con el tramposo dos veces o tres, no significa en ninguno de los casos que el rencoroso se convertirá en incauto; porque la cuestión depende de recordar los rostros e identificar al veraz y si el rencoroso se vuelve incauto su destino será la extinción en presencia del tramposo. Como resultado, el altruismo recíproco no puede producir un altruismo verdadero mientras dependa de identificar a los individuos por sus características individuales en los intercambios de aparente altruismo no verdadero.
Por lo tanto, el rencoroso debe prevalecer en la evolución, además, la identificación exacta de los individuos en el intercambio de altruismo recíproco debe ser recordando los rostros o recordando el lugar donde vive la otra parte del intercambio que lo identifica como la otra parte en el intercambio personal.
«Es muy curioso observar en una computadora una simulación que empieza con una fuerte mayoría de incautos, una minoría de rencorosos que se encuentra justo sobre la frecuencia crítica, y una minoría integrada más o menos por el mismo número de tramposos. Lo primero que ocurre es un dramático quebranto de la población de incautos, al ser explotados por los despiadados tramposos. Los tramposos gozan una considerable explosión demográfica, que alcanza su máximo cuando el último de los incautos perece. Pero los tramposos aún deben tener en cuenta a los rencorosos. Durante el precipitado declive de los incautos, los rencorosos han ido decreciendo en número, sufriendo el embate de los prósperos tramposos, pero arreglándoselas para mantenerse firmes. Cuando ha desaparecido el último incauto y los tramposos ya no pueden lograr tan fácilmente su egoísta explotación, los rencorosos empiezan a aumentar lentamente a costa de los tramposos. Con firmeza su población empieza a cobrar auge. Su ritmo de incremento se acelera, la población de tramposos se desmorona hasta casi extinguirse, y luego se nivela, ya que goza del privilegio de su rareza y de la relativa libertad respecto a los rencorosos que dicha situación entraña. Sin embargo, lenta e inexorablemente los tramposos son eliminados y los rencorosos reinan como únicos integrantes de la población. Paradójicamente, al principio de la historia la presencia de los incautos, en realidad, puso en peligro a los rencorosos, ya que ellos fueron los responsables de la temporal prosperidad de los tramposos.
Dicho sea de paso, mi ejemplo hipotético sobre los peligros de no verse aseado por parte de otro es bastante verosímil. Los ratones que se mantienen aislados tienden a desarrollar llagas desagradables en aquellas partes de sus cabezas que quedan fuera de su alcance. En un estudio realizado, los ratones que se mantuvieron en grupos no sufrieron este perjuicio debido a que se lamían las cabezas unos a otros.
Sería interesante comprobar la teoría del altruismo recíproco de forma experimental, y parece que los ratones podrían ser sujetos apropiados para tal trabajo.
Trivers analiza la notable simbiosis del pez limpiador (labro). Se sabe que aproximadamente cincuenta especies, incluyendo a los peces pequeños y a los camarones, viven de los parásitos que quitan de la superficie de peces más grandes que pertenecen a otras especies. El pez grande, obviamente, se beneficia de verse aseado y los peces limpiadores obtienen un buen abastecimiento de alimentos. La relación es simbiótica. En muchos casos, los peces grandes abren la boca y permiten que los peces pequeños se introduzcan para limpiar sus dientes, y que luego salgan nadando a través de sus agallas, que sufren igual tratamiento. Cabría esperar que un pez grande aguardase, astutamente, hasta haber sido cuidadosamente aseado y luego devorase al limpiador. Sin embargo, suele permitir que el pez limpiador se aleje sin ser molestado. Es ésta una hazaña considerable de aparente altruismo, ya que en muchos casos el pez limpiador es del mismo tamaño que la presa normal del pez grande.
Los peces limpiadores presentan una superficie listada y despliegan una danza especial que los cataloga como limpiadores. Los peces grandes tienden a abstenerse de comer a los peces pequeños que tienen el adecuado diseño de listas y que se aproximan a ellos mediante el adecuado tipo de danza. En lugar de ello, caen en un estado parecido a un trance y permiten el libre acceso del limpiador tanto a su parte externa como a su interior. Siendo los genes egoístas lo que son, no es extraño que hayan surgido tramposos despiadados y explotadores. Hay especies de peces pequeños que tienen la apariencia de los peces limpiadores y danzan de la misma forma, con el fin de asegurarse una conducta segura cuando se encuentran en la vecindad de un pez grande. Cuando el pez grande ha caído en su trance expectante, el tramposo, en vez de extraerle los parásitos, arranca de un mordisco un trozo de la aleta del pez grande y huye apresuradamente. Pero, a pesar de los tramposos, la relación entre los peces limpiadores y sus clientes es predominantemente amigable y estable. La profesión de limpiador juega un importante papel en la vida diaria en la comunidad de los arrecifes de coral.
Cada limpiador posee su propio territorio y se ha visto a los peces grandes hacer cola para que los atiendan como clientes ante una barbería. Es probablemente esta tenacidad local lo que hace posible la evolución, en este caso, de altruismo recíproco retardado. El beneficio que le reporta a un pez grande el poder regresar repetidas veces a la misma «barbería» en vez de buscar continuamente una nueva, debe compensar el costo de contenerse para no comer al limpiador. Puesto que los peces limpiadores son pequeños, lo aseverado anteriormente no es difícil de creer. La presencia de peces tramposos que se mimetizan con los peces limpiadores probablemente, de manera indirecta, ponga en peligro la buena fe de los limpiadores al provocar una presión de tipo menor sobre los peces grandes para que devoren a los peces listados. La tenacidad local por parte de los genuinos peces limpiadores permite a los clientes encontrarlos y evitar así a los tramposos.
En el hombre está bien desarrollada la memoria y la capacidad de reconocimiento de los individuos. Podemos esperar, por consiguiente, que el altruismo recíproco haya jugado un papel importante en la evolución humana. Trivers llega hasta el extremo de sugerir que muchas de nuestras características psicológicas tales como la envidia, sentimiento de culpa, gratitud, simpatía, etc., han sido planeadas por la selección natural como habilidades perfeccionadas de engañar, de detectar engaños y de evitar que otra gente piense que uno es un tramposo. De especial interés son los “engañosos sutiles” que parecen estar pagando un favor recibido pero que, sin cejar, devuelven levemente menos de lo que reciben. Es aún posible que el abultado cerebro del hombre y su predisposición a razonar matemáticamente haya desarrollado un mecanismo de engaño más tortuoso y de una detección más penetrante del engaño cometido por otros. El dinero constituye un signo formal de altruismo recíproco retardado.
No tiene fin la fascinante especulación que engendra la idea de altruismo recíproco cuando la aplicamos a nuestra propia especie. El tema es tentador, pero no soy mejor para tales especulaciones que cualquier otro hombre y dejo al lector que se entretenga en ello».[1]
Si buscamos la característica altruista recíproca que los genes han construido en el ser humano durante los primeros tiempos de la evolución y que no ha desaparecido ni se ha convertido en altruismo verdadero por lo que he presentado y aclarado, la encontraremos hoy fija ante nosotros en cada trabajo e intercambio nuestro de unos con otros, como intercambios altruistas recíprocos. Así pues, el trabajo y la prestación remunerada de servicios son todos intercambios altruistas recíprocos, el antiguo trueque y actualmente la venta también son intercambios altruistas recíprocos. Por lo tanto, la característica del altruismo recíproco está presente hoy como intercambios de altruismo recíproco como lo fue antes y no se ha convertido en una característica de altruismo verdadero voluntario.
Por lo tanto, ¡¿es correcto atribuir a la característica de altruismo verdadero del ser humano un origen altruista recíproco sin evidencia, especialmente después de esta explicación?!
Conclusión:
Dawkins dijo: «Lo que sugiero es que eso mismo es cierto para el impulso de la amabilidad —del altruismo, de la generosidad, de la empatía, de la compasión. En tiempos ancestrales teníamos la oportunidad de ser altruistas solo hacia la familia cercana y hacia individuos que potencialmente nos devolverían los favores recibidos. Actualmente, esa restricción no existe, pero persiste la regla general».
Esta aclaración que da Dawkins para intentar explicar la moral y el altruismo verdadero no tiene valor, pues siempre ha habido limitaciones; lo que han construido los genes en nuestros cuerpos es un altruismo con nuestros parientes porque son nuestros parientes y nosotros identificamos a nuestros parientes con exactitud por sus características, no porque estén cerca de nosotros o porque estén en contacto directo con nosotros como para que el altruismo con los parientes sea con todos los que están cerca de nosotros. Además, la cuestión del altruismo recíproco igualmente está controlada por el enfoque del rencoroso que da y espera como resultado a cambio, una respuesta igual, y si no, se aparta. Esto que han construido los genes no cambia sino genéticamente, y no cambia simplemente con el estilo de vida.
[1] Fuente: Dawkins, El gen egoísta, págs. 212-214.
Del libro La ilusión del ateísmo del Imam Ahmed Alhasan (a)